Natalia Boccalon es una fotógrafa con gran trayectoria y experiencia en Santo Domingo. Aparte, tiene trabajando con Volvo más de cinco años. Mientras estuvimos en cuarentena, Natalia tuvo el tiempo de reflexionar y aceptar sus sentimientos que dejó plasmados en una serie fotógrafica espectacular.
Debajo nos detalla su experiencia y proceso artístico durante la cuarentena en casa.
Tengo un mapamundi de pared a pared en mi oficina. Lo observo y entiendo que no hay ni un solo país que se haya salvado del virus. Sí, es real, y ya tiene más de dos meses mostrándonos que hay otras maneras de vivir. Los seres humanos estamos acostumbrados a la periodicidad, a la rutina. La incetidumbre, asusta. Nos gusta tener cierta certeza sobre qué vamos a hacer mañana, cómo florecerán los jardines la próxima primavera y de qué tono se pintará el nuevo amanecer. De ahí lo interesante de las lecciones aprendidas durante esta pandemia.
Mi rutina pre-Covid-19 era atiborrar mi calendario de trabajo. Me quedaba tan poquito tiempo libre que jamás me sentaba en el sofá, encendía la lamparita de la sala o prendía la televisión. Pero tras varias semanas de aislamiento, los 120 metros cuadrados de mi apartamento en Santo Domingo, empezaron a sentirse estrechos. Tanto así que he comenzado a utilizar eventualmente el baño de visitas, para sentir que estoy cambiando de ambiente…
Pero este aislamiento tiene sus lecturas interesantes pues, aunque no han sido los días más rentables, sí han sido productivos desde la óptica del trabajo creativo y en solitario. Esencialmente, mi trabajo es retratar gente bella, y aun cuando los autorretratos son divertidos, no son mi técnica favorita para la auto expresión. Entonces, ¿qué puedo retratar? Miro a mi alrededor en busca de mi sujeto. Tengo flores en mi casa, pero están marchitas. Sin embargo, me acerco y observo texturas, patrones y colores interesantes. El eucalipto me cautiva con su trama de verdes, grises y azules, mientras las calas me regalan una hermosa gama de ocres. ¡Y les hago sus retratos!
Un día amanecí con ganas de resetear la constante visual de estas cuatro paredes que ya tengo grabadas en la retina. Caminar por mi calle era una idea muy osada, pero valdría la pena aventurarme a conocerla, aprovechando que mi edificio está ubicado en una calle cerrada con muy poco tráfico, especialmente en esta cuarentena. Nunca había puesto un pie en mi calle. ¡Dos años viviendo aquí y nunca había caminado mi calle!
Con mi N95 en la cara, wind breaker con hoodie, frasco pequeño de alcohol en gel y ganas de ver otro panorama, entro al ascensor ¡tanto tiempo sin montarme en el ascensor! y miro en el espejo una figura mal disfrazada de astronauta, irreconocible y anónima. No, mejor no me hago un selfie, pienso. Pongo pie en la acera y empiezo a descubrir el entorno. Entre un estéril montículo de tierra de una construcción aledaña, solitaria, se asoma una minúscula ramita verde, el color de la esperanza.
Caía la tarde. Los rayos del sol se filtraban entre las hojas de los árboles dibujando figuras en un muro trepado por hierbas. También dibujaban mi silueta en el asfalto, en las paredes. Escuché el canto de los pajaritos. Creo que ellos no saben nada de este aislamiento porque nunca han dejado de cantar. Yo, de regreso a casa, me senté en el sofá que nunca usaba, y medité.
Sentí la brisa meciendo las cortinas de la sala mientras mi mirada se perdía en el firmamento nocturno. El tiempo parecía haberse detenido. Pienso, ¿y si ponemos la incertidumbre y el miedo a un lado para entender que este espacio de tiempo sí tiene sus bondades? Por ejemplo, yo nunca había fotografiado flores secas, ni había caminado por mi propia calle; nunca me había sentado a expresar mis ideas en letras, mucho menos había escrito un artículo. ¡Logros en aislamiento! Estos días han revivido sensibilidades que estaban asfixiadas por el vertiginoso ritmo de vida. Nos ha permitido valorar las dinámicas laborales y, a muchos, replantearnos el trabajo hacia áreas más creativas y nutritivas para el alma y el intelecto.
Me atrevo a afirmar que lo que apreciábamos ayer no es lo mismo que valoramos hoy. Este espacio de tiempo nos cambió para siempre. Comienzan a respirarse aires de cambio. Algunas industrias se reactivan tímidamente, mientras otras se desarrollan de manera acelerada. Ávidos de rutina, de un rastro de normalidad, entre todos movemos la compleja rueda de esta nueva economía, de esta nueva manera de vivir, divisando el frágil suelo donde volveremos aprender a caminar.
Despido estas letras con una últíma reflexión. Como fotógrafa de mente flexible y ojo curioso, siempre le doy vueltas al sujeto hasta encontrar el mejor ángulo, el que más favorece su imagen, el que expresa su verdadera esencia. Con los años aprendí a hacer este ejercicio hasta en las situaciones más azarosas, pues al final, en la vida todo se trata de perspectiva. La belleza, al igual que las oportunidades, siempre están ahí.
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